En esta Navidad gris solo podremos sobrevivir convirtiendo lo ordinario en extraordinario



Nos limitan los desplazamientos, las reuniones familiares, tenemos toque de queda, no hay viajes, ni Cabalgata de Reyes…

La perspectiva de una Navidad así ha minado aun más los ya afectados ánimos.

La navidad es uno de los momentos más especiales del año. Es la ocasión de reencontrarse con la familia, de celebrar, de dar las gracias, y sobre todo de pasar tiempo haciendo cosas que a diario no hacemos, como ver a gente que tenemos lejos, degustar comidas especiales, vestirnos de largo, ir a una fiesta de gala…

Y aunque algunas de estas cosas pueden parecer frivolidades, todas son importantes. Todas nos sacan de la rutina, nos aportan distracciones, compañía y alegría.

Indudablemente, esta navidad va a ser una navidad gris, una navidad triste. Porque hay mucha gente enferma, porque el panorama es desolador, porque aumentan las cifras de desempleo, aumentan las pérdidas de seres queridos y obviamente no es un ambiente de festejo ni de jolgorio, pero aun así tenemos que pasar esta navidad. 


Solo nos salvará de esa tristeza, de esa nostalgia, nuestra capacidad de convertir lo ordinario en extraordinario


Me ha venido a la mente un ensayo de Josep María Esquirol, filósofo catalán que nos habla precisamente de eso: de la necesidad de conectar con las pequeñas cosas y hacer que nos hagan felices. 

Pone un ejemplo que a mi me conmovió cuando lo leí, porque me recordaba a las comidas en casa de mi abuela. 

Esa abuela que ha pasado toda la mañana en la cocina preparando la olla de puchero con los ingredientes que en los días previos había comprado. Dedicación y mimo para preparar ese puchero para la comida familiar del domingo. El gozo de reunir a sus hijos y a sus nietos alrededor de la mesa. Y esa olla humeante simboliza muchas cosas: cosas que habíamos perdido. Simboliza amor, dedicación, entrega. 

Esa olla es un gesto simbólico. La hacía feliz a ella, cocinaba con alegría para nosotros. Y nos hacía felices a nosotros: una mesa, un plato de fideos, y una larga sobremesa de conversaciones y risas. En esa olla había mucho amor.

Antes de la pandemia muchos de nosotros vivíamos en una vorágine de vida hacia fuera: de consumismo, de centro comercial, de vacaciones programadas un año antes, siempre mirado al futuro.

Mirando lo que está por venir y no el presente: este momento que en realidad es lo único que tenemos.

Pero llega marzo de 2020 y nos trae este virus que tantas cosas nos está enseñando y que tanto nos está mostrando de nosotros mismos. Y entre ellas, sobre las cosas que nos hacían felices.  La mayoría vinculadas al consumo, a la vorágine de redes sociales, de salidas, de experiencias, de todo lo que, como dice mi amigo el filósofo José Carlos Ruiz, nos ha convertido en “drogodependiente emocionales”.


Necesitamos consumir todo tipo de estímulos sin parar, sin descanso, porque si no, nos sentimos vacíos, aburridos, solos. 

La pandemia nos está obligando a desconectar por la fuerza del enganche de lo superficial, y nos empuja a reinventarnos, a redescubrirnos.

Escucho sin parar que  debemos aceptar la situación. Que tenemos que ser positivos, que disfrutemos la navidad como podamos y que no pasa nada. Que por unas navidades que pasemos así no pasa nada. 

Y en parte es cierto. Podemos sobrevivir a esto y mucho más. Pero hay muchas personas solas, para las que la Navidad va a ser realmente desoladora.  Personas ingresadas en el hospital, enfermas. Personas que no pueden reunirse con la familia, mayores que viven en residencias y que no van a poder a salir a pasar las fiestas con sus hijos. ¿Os imagináis lo duro que puede ser tener 80 años y pasar la navidad solo en una residencia? ¿Sin ver a tus hijos y nietos? Se me parte el corazón de pensarlo.

Así que sí, esta navidad podemos permitirnos estar tristes, estar melancólicos, o sentir nostalgia de otras navidades porque eso es una gran enseñanza. 

La nostalgia es una emoción que sirve para enseñarnos lo que echamos de menos. Para recordarnos algo que ahora no está en nuestra vida pero que añoramos porque era bueno, porque nos aportaba, porque nos hacía felices. Es la mirada atrás dulce hacia los buenos momentos.

Esas cosas que ahora tanto añoramos, que tanto vamos a echar de menos estas navidades, son cosas pequeñitas: los abuelos, las comidas con miembros de la familia a los que no ves en todo el año, alguna escapada a la nieve, las calles iluminadas y las barras llenas de risas, de vinos y de alegría. Las comidas de empresa, y hasta aguantarle el rollo al jefe.

O simplemente algo tan sencillo como la despreocupación. Porque desde que ha aparecido este virus en nuestras vidas vivimos constantemente con miedo, con tensión, con estrés e incertidumbre.

Y quizá en su día, en esa locura de vida que llevábamos no éramos capaces de verlo, de valorarlo. 

La importancia que tenía vivir sin miedo, sin restricciones. Lo agradecidos que deberíamos estar y que no estábamos, y lo conscientes que deberíamos ser y no éramos, de esa maravilla de vida privilegiada que teníamos.

Así que podemos permitirnos esos momentos de tristeza o de nostalgia, porque son innegables, y hasta cierto punto inevitables. 

Eso no quiere decir que nos dejemos arrastrar a una depresión y que no disfrutemos lo que podamos de estas fiestas. Simplemente, que fluyamos con nuestras emociones. Ellas tienen mucho que enseñarnos.




La navidad de las pequeñas cosas

De una bonita manera podemos encontrar gestos para hacer presentes a los que no van a estar con nosotros estos días. Podemos escribir cartas a mano como hacía tantos años que no hacíamos para mandarlas por correspondencia.

Podemos hacer regalos más especiales y así además apoyamos al pequeño comercio. Pero regalos pensados, elaborados: no regalos de los de voy corriendo el último día a última hora con el compromiso del amigo invisible y compro lo primero que encuentro. 

Regalos de verdad. 

¿Cómo haría yo feliz a mi suegra? ¿Cómo haría yo feliz a mi padre? ¿Qué podría regalarles? 

A veces esos regalos son encontrar una foto antigua y ponerle un marco bonito, o escribirle un pequeño relato sobre algún recuerdo especial que tengo con esa persona. Mandar postales como antes, de las de verdad, no el típico GIFT  despersonalizado y reenviado cien veces.

Este año podemos decorar la casa más especial que nunca. Podemos hacer manualidades, podemos volver a cocinar, leer más, escuchar más música. Jugar al ajedrez o dar paseos por el campo. 

O simplemente podemos parar, y respirar. 

Podemos ser más conscientes, más reflexivos, más íntimos.


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