La intervención temprana y el apoyo de la familia, dos factores cruciales para minimizar la secuelas del abuso sexual a menores
El abuso sexual infantil, aunque es un tema tabú y del que se habla poco, es un hecho mucho más frecuente de lo que podríamos pensar. Se estima que entre el 18 y el 40% de los niños han sufrido algún tipo de abuso sexual.
En muchas ocasiones los niños tardan mucho en contar el abuso o nunca lo llegan a hacer, debido al miedo, la vergüenza o sentimientos de culpa. Otro factor que hace que se oculten estos hechos es que en un alto porcentaje de casos, en torno al 83%, el ofensor es un miembro de la familia del niño, lo que hace más difícil aún la denuncia del abuso.
Por ello es fundamental que padres y educadores sepamos reconocer algunos de los indicadores o síntomas que pueden alertarnos de que algo no va bien: conductas sexuales inapropiadas (seductoras o explícitas), descenso brusco del rendimiento escolar, irritabilidad, tristeza, cambios de conducta, hermetismo, problemas con el control de esfínteres, pesadillas…etc.
Por otra parte, ante la confesión por parte del menor de que ha sido víctima de algún tipo de abuso sexual, los padres deben actuar con serenidad y rapidez con el fin de verificar el alcance de los hechos y tomar las medidas oportunas respecto al ofensor.
Durante el proceso de denuncia del abuso, el menor se ve enfrentado a situaciones muy estresantes como dar testimonio de los hechos ante desconocidos (policía, médicos…), o someterse a exploraciones físicas. Así que el daño no acaba con el abuso, pues el niño ha de revivirlo varias veces durante el proceso de denuncia y evaluación de los hechos.
Hay algunos factores “protectores” o que ayudan a que las consecuencias del maltrato sean menores, y por tanto la evolución más favorable. Algunos de estos factores están directamente relacionados con el apoyo que tiene el menor en su entorno: si la familia le apoya emocionalmente, si están unidos los miembros ante el hecho o se generan tensiones y si se cree al menor o se duda de su testimonio.
También es un factor protector que el menor cuente con el apoyo psicológico necesario para la evaluación y el tratamiento de las secuelas del abuso.
Por el contrario, hay algunos factores de vulnerabilidad, o que añaden dificultad al proceso, como son que el menor tenga una relación estrecha con el familiar, que no cuente con el apoyo de la familia, que haya tenido que participar en un proceso judicial o que en la agresión se haya empleado violencia física.
Se considera por tanto crucial que el niño cuente con el apoyo social que merece, por parte de familiares y profesionales con el fin de ayudarle a superar el proceso traumático de la manera más adaptativa posible.
En muchos casos la intervención con la familia se hace también necesaria, pues los padres suelen manifestar reacciones emocionales adversas, por lo que se hace necesario dotarlos de herramientas para afrontar la situación. Son comunes los sentimientos de culpa por no haber podido proteger al hijo del abuso, miedo a que el daño causado en el niño sea irreversible o sentimientos ambivalentes hacia el agresor, sobretodo cuando es un miembro de la familia o alguien cercano.
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